domingo, 2 de junio de 2013

Mejor con dulces.


 MAGDALENAS DE CHOCOLATE SIN GLUTEN

Hacía bastante tiempo que estaba pensando en hacer algún postre o algún dulce, pero no me decidía por mi falta de tiempo. Últimamente he estado muy liada (mi carrera apenas me deja tiempo para nada) y cuando tengo un momento libre, lo último que me apetece es manchar cacharros y toda la cocina, para hacer un postre que, con toda la seguridad, me quedará espantoso. 

Antes de que me diagnosticasen la celiaquía, solía hacer dulces todos los fines de semana (mi especialidad eran las rosquillas) pero, hace un tiempo, decidí hacer rosquillas sin gluten y fue un auténtico desastre. Me deprimí tanto, que no he vuelto a probar hasta ayer. Es normal que al principio no salgan las cosas, pues hay mucha diferencia entre la harina de trigo y la de arroz o maíz. Pero todo es cogerle el punto. 

El caso es que hacía muy poquito que me habían regalado unos moldes para magdalenas de silicona con forma de corazón. Eran muy chulos, pero los tenía en casa muertos de risa, así que ayer, decidí experimentar y probar una receta que tenía por ahí apuntada (aunque la he modificado un poco a mi manera). Dado que sólo tenía seis moldes, intenté hacer poca masa, pero al final me salió la cantidad exacta para rellenar los seis sin que sobrara ni una gota.

Estos son los ingredientes que he usado:

- 2 Huevos.
- 150 Gramos de Nocilla
- 40 o 50 Gramos de harina de arroz (depende del espesor que queramos darle, yo, la próxima vez, echaré al rededor de 40, porque esta vez me han quedado un poco pastosas)
- Medio sobre de levadura química (marca Hacendado, sin gluten, por supuesto)

Una vez que tenemos todos los ingredientes, sólo hay que mezclarlos todos en un bol. Ni si quiera he tenido que utilizar batidora, con una cuchara de madera lo he hecho perfectamente. Con lo que sí hay que tener cuidado es con la levadura: yo la machaqué en un plato antes de echarla en la mezcla, porque hay veces que viene muy compacta y se quedan grumos, que luego no son nada agradables.

Mientras vamos mezclando todos los ingredientes, ponemos el horno a calentar. Yo no tardé más de 10 minutos en mezclar todo y en conseguir una masa consistente, así que tuve el tiempo necesario para que el horno cogiese el calor suficiente.

Vertí la masa con ayuda de dos cucharillas en los moldes de silicona, con cuidado de sólo llenar alrededor de 3/4 del molde, para que no se saliese a la hora de subir la masa. Una vez que los tuve todos iguales, los coloqué en una bandeja y los metí en el horno. A una temperatura de 180 grados, con 25 minutos es suficiente. 

Es genial ver cómo a los 5 o 10 minutos la masa comienza a subir y a subir, pues me han comentado que muchas veces el problema que dan las magdalenas es que no terminan de subir y se quedan en el fondo muy pastelosas.

Cuando pasó el tiempo y ví que tenían ya una forma considerable, las saqué del horno y las decoré con unos corazones de azúcar que había comprado esa mañana (ayer debía tener el día cursi).

Y este fue el resultado: 

Lo mejor de todo es que no se tarda nada en hacer y, mientras las magdalenas están en el horno, podemos aprovechar para limpiar los cacharros. Para mi sorpresa, no tardé nada de nada (la masa salía sin ningún problema y yo ya me temía el tener que pasarme un buen rato rascando con el estropajo). Mientras se terminaban de hacer, yo pude dedicarme a mi estudio.

La receta es super sencilla, con ingredientes muy baratos (si no sois celíacos, la nocilla de Hacendado también está riquísima y sale mucho más barata)  y es un postre genial si tenéis invitados para merendar. 

Termino con la pregunta de siempre (a ver si alguien se anima a contestar algún día): ¿cuál ha sido el mayor desastre en la cocina que habéis hecho?

sábado, 1 de junio de 2013

Otra vez de viaje sin gluten.

Llevo tiempo sin pasarme por aquí y mirando un poco las estadísticas de la página, he visto que lo que más interesa son los post en los que hablo sobre mi enfermedad celíaca. Pues bien, traigo noticias nuevas: hace 15 días que volví de Londres, de pasar tres días maravillosos con mi chico en los que nos dio tiempo a patearnos buena parte de la ciudad.




El problema, como siempre que salgo de casa, era la comida. Había leído bastante sobre el tema por Internet, todo lo pintaban muy bonito, pero la realidad es otra: en Inglaterra no es muy normal la alergía al gluten, de hecho, en la mayoría de sitios ni si quiera saben lo que es, les tienes que especificar que se trata de trigo y demás. En España, cuando salgo fuera y tengo que comer en algún sitio, siempre me queda la baza del McDonalds que, sorprendentemente, es el único sitio del que me puedo fiar 100%. Cuando fuimos a Londres, creíamos que también podríamos contar con ello. Nada más llegar, me fijé en que había un McDonalds cada pocos metros, por lo que no iba a tener problema en cuanto a mi comida. 

Como habíamos salido a las 4 de la tarde de casa y llegamos a Londes más o menos a las 9 de la noche, ya veníamos con bastante hambre, así que nos dirigimos a un McDonalds que había cerca de la estación de autobuses de Victoria. Mi cara debió ser épica cuando la camarera me dijo que no era posible prepararme un menú sin gluten. De nuevo probamos en otro que encontramos dentro de la estación de metro, por si acaso la chica me había entendido mal, pero ocurrió tres cuartos de lo mismo. Así que acabamos entrando en un Sainsbury (una especie de super), pues yo había leído en Internet que pronto comenzarían a vender sandwiches sin gluten. Y así fue, aunque sólo quedaba uno. Además, para acompañar, cogimos una ensalada con salsa de mostaza y alguna que otra cosa más. Para mi sorpresa, la mayoría de los productos que allí se vendían, traían una explicación de los alérgenos que contenía cada cosa, así que pude comer sin ningún problema.

Dado que no iba a ser fácil comer fuera, decidimos ir a otro super, esta vez a Tesco, para coger provisiones para los días que nos quedaban. Cogimos pan, algo de fiambre, galletas, relleno para sandwich, susshi... vamos, que no nos faltó de nada. 

Y un día nos atrevimos a entrar en un restaurante, una especie de Wok, llamado Wagamama, donde, según el famoso Internet, había una carta con menú especial para todos los alérgicos a cualquier componente. Allí fue donde me enteré de que la alergia al gluten no era nada frecuente, pues ningún camarero nos entendía, hasta que llegó una chica española y nos atendió estupendamente. Nos trajeron un carta donde venían todas las alergias (en este caso venía como trigo, y no como gluten) y al lado los platos que no se podían comer de toda la carta y los que podrían ser modificados. La verdad es que después de dos días comiendo bocatas en el hotel, comer sopa caliente nos sentó de miedo. Los platos que elegimos me disgustaron bastante, era como una cocina oriental y todo picaba mucho, pero con el hambre que teníamos, no nos dimos cuenta del mal sabor hasta que casi no quedaba nada en el plato. En cuanto a precios... creo recordar que por cuatro platos pagamos unas 40 libras y sobró bastante comida en la mesa. 

En fin... como veredicto, volvería a repetir, pero me quedo con mi experiencia en Alemania, donde el gluten frei es más común que en Inglaterra.

Termino con mi pregunta: ¿vosotros qué echáis de menos cuando vais a otro país?

lunes, 4 de marzo de 2013

Viaje Gluten Frei.

Estas Navidades, mi abuela y yo decidimos comprarnos unos billetes para visitar a su hermana en Alemania. Lo tendría que haber hecho hace mucho tiempo, pero nunca se decidía, por eso quise acompañarla. 
Así, el 10 de febrero, cogimos un avión y nos fuimos a pasar siete días a un pueblo situado entre Colonia y Bonn. El caso es que a mi lo que más miedo me daba era la alimentación; como ya dije en un post anterior, hace un año que me detectaron una enfermedad celíaca y todavía no tengo la dieta muy controlada. En España ya no tengo problema, porque siempre compro en los mismos establecimientos, y ya voy aprendiendo qué marcas son las que puedo tomar. El problema era estar en otro país, en el que no conoces ni una sóla marca y a ver quién es el guapo que se pone a leer todas las etiquetas de los productos estando en alemán.


De ahí mi preocupación. Pero el caso es que el primer día fuimos a un supermercado, Hit, y me puse a mirar un poco por encima. Digamos que los celíacos estamos muy acostumbrados a Mercadona, donde apenas tienes que buscar cosas sin gluten, pues viene bastante bien indicado y, allí, por lo menos en esa cadena de súper mercados, no era nada fácil. Eran muy pocos los productos que ponían en su parte delantera que eran libres de gluten, así que sólo quedaba ir mirando uno por uno, para intentar adivinar la composición. Para mi alivio, tenían una sección muy parecida a la que ponen en Carrefour o Lupa, que se formaba de unos cuantos estantes que tenían cosas especializadas sin gluten, como pan, galletas, harinas... (¡y tenían Oreo's! eso era increíble), pero al menos, ese súper era mucho mejor que Lidl: al igual que en España, es imposible encontrar algo sin gluten.

El caso es que me fie de mi instinto y me alimenté a base de verduras, carne, pescado y pastas especializadas. Con la alimentación dentro de casa no tuve ningún problema. El verdadero problema venía cuando querías comer fuera de casa, lo único que podía hacer si pasábamos la tarde fuera, era llevarme alguna barrita de chocolate o algo por el estilo para comerla mientras nos tomábamos un té en alguna cafetería (he de decir que, no sé si será por la fecha en la que fuimos, pero cuando llevabas un par de horas recorriendo algún sitio, tenías que entrar en alguna cafetería con calefacción para volver a sentir el cuerpo).
Otro día salimos a comer a un restaurante. Por suerte, los camareros eran españoles, pero como se veían con una gran responsabilidad, llamaron al chef, quien se personó en nuestra mesa y así poder explicarle con más detalle lo que podía cocinar. Mi tío, alemán, le comentó cómo iba mi dieta, y él le entendió perfectamente, incluso se ofendió cuando le dijimos que el aceite no podía estar contaminado (luego mi tío me explicó que para ellos es como una falta de respeto, porque en restaurantes de ese tipo jamás utilizan aceite usado anteriormente). Así que como resultado, me trajeron un pescado a la plancha, con una especie de pisto con muchas verduras y algo picante, acompañado con puré de patata con cebollino. Genial.
Por eso, ahora que estoy de vuelta, me atrevo un poco más a viajar. Era la primera vez que salía de España teniendo esta enfermedad y, como dije, realmente estaba asustadísima (me veía alimentándome una semana sólo a base de verduras y frutas, todo natural, porque incluso la carne o el pescado pueden llevar conservantes si no son frescos), pero ahora ya estoy más dispuesta a volver a salir, ya que he visto que, cada día, esta enfermedad es más conocida, y se nos dan más oportunidades para vivir como si no nos pasase nada.

Y para terminar, ¿qué tipo de problema os habéis encontrado respecto a la alimentación a la hora de viajar?

sábado, 12 de enero de 2013

Segunda vida de los cosméticos.

¿Cuánto dinero nos podemos gastar al mes en cosméticos? ¿20, 30, 40 ¡50! euros? ¿y todo por qué? Porque no sabemos darles la segunda vida que podrían tener.

Ahora mismo me estaba arreglando en el cuarto de baño, cuando mi rimmel ha dejado de pintar como debería (antes de nada, quiero decir que el dinero que invierto en maquillaje no superará los 50 euros anulaes, conozco marcas, como Essence que, por muy poquito dinero, te ofrecen una calidad igual a la Astor). El caso es que este rimmel era de la marca L'Oreal, uno nuevo que sacaron el año pasado, creo recordar, que prometía un efecto asombroso en nuestras pestañas. He probado todo tipo de cosméticos de estas características (incluso de Max Factor, mi marca preferida), pero nunca se cumplían las expectativas esperadas. Pero en este caso, debo decir que el resultado me agradó muchísimo, nunca había probado el colágeno para las pestañas, y ahora me encanta. 
Como iba diciendo, noté que el rimmel no corría bien, que empezaba a hacer grumos, y me dio por leer la composición. Averigué que, quizá, echándole unas gotitas de aceite de oliva, podría hacer que los grumos desaparecieran, y no me equivoqué. Además, los pigmentos negros se mezclaron perfectamente con el aceite, haciendo que pintase mucho mejor. Creo que no me desharé de este rimmel en la vida. Aunque no es uno de los más caros (creo recordar que me costó unos 10 euros), llevo usándolo a diario durante cuatro meses, y por lo visto, ¡los que faltan!

Pensando en este tema, se me ha ocurrido compartir con vosotros otros consejos de este tipo que puedan ayudar a reutilizar y reciclar los maquillajes que ya no usamos por estar rotos o envejecidos. 
Pienso en, por ejemplo, una barra de labios. De esas que has gastado ya casi todo el contenido, pero te queda medio centímetro que no quieres tirar porque ese color te encanta. ¡Tengo la solución! Lo más fácil es comprar vaselina neutra, un botecito pequeño, esos que son de dos tonos rosas, vamos, la de toda la vida. Lo que habría que hacer es, con un palo como de los de comida china, sacar el contenido del pintalabios y, con mucho cuidado, mezclarlo con la vaselina. Ahora tendréis un cacao con el color que tanto os gustaba y os durará meses (a mi años, seguro) ¿qué os parece? Es una idea genial. Además, así conseguiréis tener un tono de labios más natural que si los hubiéseis pintado con pintalabios directamente y siempre los tendréis nutridos, y en estas épocas, no hay nada mejor. 


Otro consejo que se me ocurre, es reciclar las sombras en polvo que se nos han roto o los coloretes que ya no dan para mucho. Creo que lo mejor sería echar la sombra en una taza, machacarla bien hasta que quede reducida a polvo y, entonces, añadir un poco de crema hidratante. Luego lo podéis volver a echar en el recipiente donde teníais la sombra al principio ¡et voila! ya tenéis una nueva sombra o colorete en crema, ideal para las noches largas de fiesta. 

Por último, daré un consejo también aplicado a los hombres. Muchas veces no podemos permitirnos gastar demasiado dinero en colonias o perfumes, pues los que realmente duran todo el día son carísimos. ¡Tengo otra vez la solución! Lo único que necesitamos es un bote de crema hidratante con el olor más fino posible (a mi me gusta usar en este caso la crema hidratante de almendras de Mercadona, pues apenas tiene olor), aunque lo ideal sería que fuera inolora. A esa crema se le añade, o bien algún resto de colonia que tengamos por casa y que no queramos gastar poruqe nos encanta el olor o bien, comprar un aceite esencial de algún olor en particular (a mi me encantan los de The Body Shop, pero a veces podemos encontrar olores increíbles en los puestos artesanales que se suelen poner en los pueblos y ciudades en las ferias). Cuano lo mezclemos con la crema, tendremos una crema con olor que, al echarla por todo nuestro cuerpo, hará que la fragancia dure durante todo el día. Y esto tiene una explicación científica muy sencilla: ¿por qué creéis que nos echamos siempre la colonia en sitios como el cuello o las muñecas? Es porque justo por ahí pasan algunas de las venas y arterias más importantes del cuerpo. Cuando la sangre pasa por la zona donde tenemos la colonia, hace que se caliente, y todos los olores, con el calor, aumentan su potencial. Por eso, si nos echamos la crema por todo el cuerpo, conseguiremos encontrar zonas por las que pasen venas importantes y el olor durará más. Además, igual que con la vaselina con color, es una buena manera de mantener hidratado nuestro cuerpo en estas fechas en las que sufre tanto. 




Espero que os haya sido útil este post, yo no sé qué haría sin estos trucos. Para terminar, os haré una pregunta ¿cuánto estáis dispuestos a gastar para veros más guapos?

jueves, 10 de enero de 2013

Todo al 70%

Ya estamos casi a mediados de enero y es lo único que podemos ver en los escaparates de las tiendas. 
Rebajas, genial. Por fin podré comprarme esa camiseta que tanto me gustaba pero que me parecía tan cara. ¿O no?. A mis 20 años, a pesar de no haber seguido la moda más de lo necesario, no puedo decir que haya ido alguna vez "de rebajas", aunque sí que he visitado las suficientes tiendas con descuentos como para darme cuenta de que lo único que podemos encontrar estos días es ropa que no necesitamos.

Ahora todo nos parece perfecto, prendas que son una ganga, chollos hechos realidad. Mi visión es otra muy diferente: la mayoría de la ropa que podamos comprar en estos días (claramente hablo de mayoría, porque siempre hay excepciones) no la usaremos más que el primer día, que le quitaremos la etiqueta, orgullosos de nosotros mismos por haber encontrado ese chollo antes que otra persona, y luego la olvidaremos en el fondo del armario, porque al fin y al cabo, no es ropa que necesitásemos. 

Nunca entenderé el fanatismo por las rebajas. Que me corrijan los profesionales si me equivoco, pero creo que es un acto de socialización. Una tarde entre amigos, toman un café y a las rebajas, a gastar dinero en cosas inútiles. Y es que lo de las rebajas es un mundo. Un mundo que lleva años atrayéndonos y encandilándonos ¡y vaya si lo consiguen! Lo consiguen hasta tal punto de hacernos ir desnudos a una tienda para poder llevarnos alguna prenda hortera que yo, en mi sano juicio, jamás me pondría para salir a la calle. 

En fin amigos, no estoy criticando a las personas que deciden gastarse su dinero en estas cosas, cada uno es libre de gastarse su propio dinero en lo que le salga de las narices, no seré yo la que diga lo contrario, pero sí pienso que no se debería poner precio a las rebajas. Es decir, antes de que comiencen, los economistas se frotan las manos dándonos esas estadísticas que tanto les gustan. Ahora resulta que cada español se va a gastar una media de unos 80 euros este mes sólo en ropa. ¡Ya me están obligando a gastarme ese dinero para no salirme de las estadísticas! al fin y al cabo, no seré la única que se gaste esa cantidad, así me siento menos culpable. 

Así que mi consejo de hoy (aprovecharé para decirlo con todas mis buenas intenciones por todos los días que he estado sin pasarme por aquí) es que si vais a las rebajas, vayáis con la idea clara de lo que queráis comprar y, sobre todo, tengáis la fuerza de voluntad suficiente como para saber decir que no a lo que no necesitáis. Quizá sea más interesante gastarse esos 80 euros haciendo otras cosas que nos sirvan para algo. Yo, para no romper la media de gasto en enero, he decidido gastarme ese dinero en regalarme a mi y a mi abuela un viaje a Alemania. ¿Qué os parece? Mejor invertido, ¿no?

Por cierto, la camiseta que tanto me gustaba pero que me parecía tan cara, ahora no aparece por ningún sitio. La magia de las rebajas. 

Hasta aquí mi post sobre este tema. Y vosotros ¿sucumbís al consumismo?